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MANUEL ZAPATA OLIVELLA

Actualizado: 10 ene 2022

En su larga trayectoria como narrador se pueden distinguir dos tendencias: una de carácter realista y de denuncia social, y otra de carácter mitológico.

En la Universidad Nacional de Bogotá y luego en Estados Unidos estudió Medicina, profesión que practicó en el litoral pacífico y en el departamento de Cesar. También en Estados Unidos realizó investigaciones de etnomusicología y dio conferncias en varias universidades de este país y de Canadá. Con su hermana Delia, también destacada folclorista y bailarina, fundó un conjunto de danzas folclóricas con el cual hizo giras por Colombia y el exterior. Fue cónsul de Colombia en Trinidad y Tobago. A lo largo de sus viajes por Centroamérica, México y Estados Unidos, observaba e investigaba sobre la cultura negra y el trato que los negros recibían en el país del norte. En 2002 recibió el premio a la Vida y Obra del Ministerio de Cultura de su país.


Entre lo narrativo y lo crítico

Su voz y su trabajo para visibilizar otras literaturas regionales fue fundamental para que nuestra narrativa llegara más lejos y por otros caminos.

Sus obras tratan fundamentalmente la opresión y la violencia. En su larga trayectoria como narrador se pueden distinguir dos tendencias: una de carácter realista y de denuncia social, y otra de carácter mitológico, en la que priva la visión mágica del negro. Donde mejor se revela su creatividad literaria es en las novelas, entre las que cabe destacar Tierra mojada (1947) y Calle 10 (1960), de carácter positivista y objetivo. La problemática mitificada de los negros de América es abordada en Chambacú, corral de negros (1963, obra laureada por la Casa de las Américas), En Chimá nace un santo (1963, llevada al cine con el título Santo en rebelión) y Changó, el gran putas (1983).


Además de las ya mencionadas, escribió las novelas Pasión vagabunda (1948), Detrás del rostro (Premio Esso, 1962) y El fusilamiento del diablo, basada en los hechos históricos del fusilamiento de Saturio Valencia Carabalí, en Quibdó. De su pluma proceden también los dramas Los pasos del indio (1960), Caronte liberado (1961), Hotel de vagabundos (1954), El retorno de Caín (1962), Tres veces la libertad y Malonga el liberto. Entre sus libros de cuentos cabe recordar China 6 a.m. (1954), Cuentos de muerte y libertad (1961), El cirujano de la selva (1962) y ¿Quién dio el fusil a Oswald? (1967).


2020 ha sido el Año Manuel Zapata Olivella

Esta no es solo una oportunidad para celebrar a una de las figuras fundamentales de nuestro país, sino también para exaltar los aportes y las luchas de la cultura negra en Colombia.

Ciro Alegría, el afamado autor peruano de El mundo es ancho y ajeno y a quien Zapata Olivella conoció en Nueva York a inicios de su carrera como periodista, señaló uno de los aspectos clave del escritor de Santa Cruz de Lorica en el lúcido prólogo que escribió para Tierra mojada (1947), la primera novela publicada por Zapata Olivella. Allí, el maestro Alegría afirmó:

"Por su fondo y forma, puede ser considerada como uno de los primeros brotes novelísticos de la sensibilidad negra en nuestra América. En el campo de la lírica, tenemos ya a Nicolás Guillén, Pedroso y muchos más. La novela negra da recién sus primeros pasos y los de Zapata Olivella son los del caminante que marcha por tierra inexplorada. De allí que la huella no sea muy clara e inclusive se pierda a ratos, pero quiera el andante avanzar con el mismo impulso voluntarioso hasta hoy" (p. 4)


Equilibro entre ficción e Historia


Efectivamente, tal impulso llevaría a Zapata Olivella a ocupar un lugar de cada vez mayor relevancia con publicaciones como Detrás del rostro (con la que ganó el premio Esso en 1963), Corral de negros (mención en novela del Premio Casa de las Américas) o la que se considera su obra cumbre, Changó, el gran putas (1983), una ambiciosa épica sobre la diáspora africana llegada a América en los barcos negreros y su lucha por la supervivencia y la libertad.


Zapata Olivella logró esto desde sus inicios por dos razones. Por un lado, gracias su amplio conocimiento sobre las comunidades africanas y su situación en América y Colombia a través de los siglos; por otro, por su profunda conciencia sobre la literatura de su tiempo. Comprendió, antes que muchos otros, que la universalidad estaba en la heterogeneidad y no en reconocerse desde miradas ajenas, canónicas o preestablecidas. Ya en 1965, en el primer número de Letras nacionales, revista que fundó para poner en cuestión la literatura colombiana, hace un llamado fundamental a los intelectuales y escritores de su época:

"Para pueblos jóvenes como el nuestro, afirmarse en sus tradiciones, en su realidad evolutiva, en su fuerza creadora, es tomar posesión de sí mismos, entrar a la mayoría de edad. Un poco de timidez, de reflejos infantiles, nos acomplejan y nos hacen pensar que hablamos demasiado alto, que no es la hora de cortar el cordón umbilical. De ahí el afán de encontrar padrinazgo en una filosofía, en una literatura universal, en un bando preestablecido" (Zapata Olivella, 2010, p. 185).

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