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  • analisislamancha

MI PERCEPCIÓN DEL GRAN PUTAS

Actualizado: 10 ene 2022

Ir hasta las páginas de una historia que se entrega como una saga y escuchar los tambores lejanos de la leyenda y del olvido, con ese golpeteo galopante que se abre paso en medio de la espesura apostada a las orillas del recuerdo; para luego lanzarse a flotar sobre los ríos de tinta buscando llegar hasta el lector; nos hace sentir ajenos.

Pero… luego de un instante, de un solo instante, ya nos sentimos involucrados. Es en esa eternidad de instante, cuando la voz del guía nos invita a subir a bordo, como uno de los tantos millones de africanos prisioneros en las naos negreras; ahí… en ese momento, dejamos de ser extraños.


Los Orichas vuelven sus ojos hacia nosotros y con piadosa devoción nos conducen por pasajes míticos salpicados de dolor y sufrimiento. Pacientemente nos van enseñando palabras desconocidas para nuestro apurado lenguaje de descifradores. Tiempos verbales y vocablos que nos dejan ver la huella de prisioneros, que somos de aquellos descubridores, fundadores y libertadores; esos que se indilgaron, sin más ni más, su condición de salvadores con el importe de un bautizo de sangre.


La lectura de esta saga es toda una experiencia vital —tal como lo anota Darío Henao, en el prólogo del libro— para darle una solución poética al mundo que recrea la novela. Por eso mismo, al entrar en contacto con el escrito nos asombramos al encontrar que es la poesía misma, envuelta en un manto místico, quien nos recibe a la entrada de la primera parte, para luego, sin soltarnos la mano, no lleva a recorrer cada pasillo del laberinto de la historia narrada en las páginas de esta obra.


Y sí. Es una obra. Toda una obra maestra, de quien dibuja los paisajes del sentir humano de una raza menospreciada; que fue tratada con crueldad, dureza y desconsideración. Aunque la novela nos hace ver que los agravios no han sido exclusivos de la raza negra a lo largo de la historia humana. También lo han sufrido otras razas, otras etnias y otros pueblos avasallados por las conquistas territoriales de poderosos prepotentes.


Aquí, son los dioses tutelares de la mitología africana los encargados de proteger al lector mientras realiza la travesía por la gramática inscrita de estas páginas. Yemayá, Olofí, Odumare Nzame, Obatalá, el Muntu, entre ellos y por supuesto Changó, no nos sueltan, aunque vayamos aferrados a la poética del escrito. Versos y prosa salpicados de la sangre y astillados por los huesos quebrantados, y lo que es peor aún, de la dignidad encadenada y lacerada derramada en tinta, que nos hace ver la ignominia.


A propósito. Hace unos días, pudimos recordar que esa ignominia fue enviada al exilio de la memoria y que la dignidad fue desencadenada y puesta en libertad, para que pudiera recuperar su condición humana. Una libertad promulgada hace 170 años, un 21 de mayo, en un edicto que abolió la esclavitud en Colombia.


“Levántate Negro. Levántate mulato. Por mi raza hablará el espíritu” —se oye la voz del escritor, clamar.


Y bien. Después de recorrer en esta novela los caminos de los Orígenes, para atravesar la Tierra de los ancestros, siguiendo la alargada huella entre dos mundos del Muntu americano, con los hijos de Dios y la diabla, cuando resuena a nuestro paso de viajeros, el tambor de Bouckman en la Rebelión de los Vodús y queriendo evitar por el horror, las sangres encontradas; vemos entonces, que los Orichas están furiosos.


Magistral relato de Zapata Olivella. Magistral.


Un relato que nos deja ver a las claras, que la libertad nos sigue siendo esquiva. La humanidad que entre cadenas gime, aún no logra comprender las palabras del que murió en la cruz.


Concluyo aquí, mi percepción expresada sobre esta magnífica novela, impresa en la literatura colombiana y que ha venido al recate de mis días de lector.


*Leído en el encuentro literario de Análisis La Mancha el 29 de mayo de 2021


*Hernán Acero Suárez

De periodista a lector desprevenido

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