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  • analisislamancha

UN CUENTO DE PAPEL

Actualizado: 2 abr 2023

Por Fernando Cuestas*



Me acuerdo del suceso como si fuera ayer, después que han pasado casi quince años. Era mi primera vez como profesor en una institución pública de secundaria, exactamente en el colegio distrital Jaime Pardo Leal, nombre del candidato a la presidencia por el partido Unión Patriótica asesinado, cuando la izquierda amenazaba con acabar la hegemonía de los partidos tradicionales en el país. Todo era nuevo para mí: el lugar del evento, la audiencia y el horario. Después de muchos años debía cumplir una cita muy temprano en la mañana, para mí que durante tanto tiempo no sabía lo que era salir de casa antes de las doce del día.


El viaje era una odisea por ser el primero, sin mapa y sin ruta, sólo con un punto intermedio o de transbordo en la veintiséis con treinta. Pero me acuerdo que el primer bus que tomé me llevó de mi casa en el occidente de la ciudad a la cincuenta y tres con avenida Caracas en Chapinero. Hice el transbordo y me metí en el Transmilenio rumbo a la calle sexta en el centro de la ciudad. El bus iba atestado de estudiantes, oficinistas, y gente de pie que debían tener al igual que yo una cita con la vida, pero se podía respirar y tener una mínima distancia con los demás, y marchaba muy rápido, cuál metro, recogiendo y dejando pasajeros en las diez estaciones que separan la calle cincuenta y tres y la calle sexta.


A esa hora del día la ciudad apenas despertaba y todo indicio de vida comercial parecía nulo. Pero era este aspecto solitario el que le daba cierto encanto. Atravesé la Caracas rumbo al colegio, que está ubicado en la carrera décima. Una vez en el sitio, me identifique con el portero, que como todos los porteros de esta ciudad tienen don de mando, ingresé por el patio principal y me dirigí al salón de mi clase en el segundo piso del edificio central y una vez allí, cómo de la nada, sentí un retorcijón en el estómago que me puso a sudar frío. Mi madre me había enseñado que en una emergencia cómo esta la solución era apretar el culo para prolongar el desenlace fatal hasta alcanzar el baño. Por fortuna nadie más que yo y dos señoras del aseo nos encontrábamos en el colegio.


El baño no tenía luz, ni agua ni papel higiénico. Me quedé sentado en la taza un buen rato, ya sin sudar frío, pero pensando cómo resolver la situación. Tuve la idea de llamar por teléfono al coordinador del colegio y de explicarle la gravedad del caso, y lo más importante, para que me enviara alguna señora del aseo con el preciado papel higiénico.


Al rato llegó la señora del aseo con la noticia de que en todo el colegio no había papel. Tal vez mi destino ese día era vivir de primera mano la realidad de la educación pública, cuyo único triste reconocimiento con las clases menos favorecidas era el nombre que llevaba la institución de un líder popular asesinado, quien por un momento de su vida tuvo el sueño de cambiar el status quo.


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